domingo, 8 de julio de 2012

'No estoy llorando, es que se me metió un fraude en el ojo'

Por Óscar Balderas
Julio 07, 2012


Casi se puede escuchar cómo caen las gotas en la plancha del Zócalo capitalino.

La quietud de una tarde de sábado hace que ese clac, clac del chispoteo aún pueda distinguirse entre el ronroneo de pocos coches... hasta que un grito interrumpe la calma como un aguacero de reclamos: “¡fraude, fraude, fraude!”.
Se derrama una multitud de jóvenes por el corredor peatonal de Madero como los primeros de una marcha conformada por 40 mil pares de piernas que, de acuerdo con la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, han vuelto a caminar desde el Ángel de la Independencia hasta colocarse a un costado de la Catedral.
Pero el ánimo es diferente a las cuatro marchas multitudinarias anteriores que se gestaron en redes sociales contra el candidato presidencial del PRI, Enrique Peña Nieto; hay un ánimo más encendido, una mezcla de enojo y tristeza, que no se sentía entre los manifestantes.
La muestra la pone Francisco Yáñez, estudiante de Ciencias Políticas en la UNAM, que tiene pegado a su pecho con cinta adhesiva una cartulina en la que se lee: “No estoy llorando, es que se me metió un pinche fraude en el ojo”, junto al trazo de un jovencito delgado, de cabello rizado, idéntico a él, que berrea y patea una puerta con el rótulo “IFE”.
De esas expresiones está plagada la marcha que comenzó a las 15:00 horas de este sábado y que se da a un día de que el IFE haya concluido el 100 por ciento del cómputo distrital que da un virtual triunfo al exgobernador del Estado de México.
Carolina Salas, de la Universidad Latina, carga con un mensaje que dice “No a otro fraude”, junto el dibujo a pluma de unos ojos llorosos; el de Santiago Ceja, del CCH Sur, dice “Me dueles mucho, México”; y en el de Sandra, de 8 años, se puede leer la leyenda “Gracias Peña Nieto por arruinar mi futuro”.
O doña Graciela Meléndez, quien llora de coraje frente al Hemiciclo a Juárez, porque aún no puede creer que los mexicanos hayan perdonado a ese partido que ocasionó la crisis de 1994 y que le quitó su patrimonio cuando Gabriel, su esposo, aún trabajaba de taxista para terminar de pagar su casa.
El sonido de la batucada se escucha pocas veces, en cambio, aparecen concursos de consignas para ver cuál tiene más groserías contra el mexiquense, a quien acusan de “ganar” comprando millones de votos entre los más pobres del país.
El baile escasea y, en cambio, aparece una catapulta de “huevos” imaginarios, hechos con los dedos encogidos en la palma de la mano, frente al Senado; los brincos faltan y, en lugar de ellos, alguien saca un aerosol morado y pinta un copete tachado en los postes de luz; los disfraces apenas aparecen, pero sí un tipo -- “¡porro!”, le gritan -- que patea los cristales de un parabús con propaganda de un banco.
A su paso, la marcha encendida deja pintas, graffitis, basura, sobre mobiliario urbano y una serie de consignas que han cambiado radicalmente desde que el movimiento #YoSoy132 comenzó: pasaron de la esperanza de prevenir el triunfo del PRI a la rabia de verlo ganar, pese a sus esfuerzos.
Motivado por ese enojo, Juan José se paró temprano y metió en su mochila todas las bolsas de Soriana -- esa cadena de supermercados señalada por el PAN y las izquierdas de haber entregado monederos electrónicos a quienes vendieron su voto al PRI por 500, 300 y hasta 100 pesos -- que pudo juntar en una semana entre sus familiares, amigos y botes de basura de la delegación Benito Juárez.
Con la mochila llena, el joven de 17 años corre junto con cuatro amigos por todo Paseo de la Reforma. Se paran frente a la primera de las 77 estatuas de notables mexicanos que están en la banqueta y comienza la operación que planearon hace siete días: dos ponen las manos para que Juan José suba, mientras otro sopla dentro de una bolsa para abrirla; rápidamente, el líder la coloca en la cabeza de la efigie, con el logo del supermercado de frente y visible, y bajan para seguir con su recorrido.
El resultado es una larga hilera de monumentos con la cabeza embolsada, como asfixiados por los jóvenes, que hace recordar la violencia que viven varios estados del país.
“Seguro les daría vergüenza a estos hombres y mujeres ver cómo la gente vendió su país por pinches 100 pesos. Por eso lo estamos haciendo: se suicidarían si lo vieran”, acota Juan José, quien  tapa su rostro con una playera convertida en un pasamontañas negro.
Hay gritos, consignas, maldiciones y lamentos que suben de tono cuando alguien anuncia que leyó en Twitter que hay un joven que logró trepar la Estela de Luz y amenaza con aventarse al vacío si Enrique Peña Nieto toma posesión como presidente.
“Para que veas cómo estamos de encabronados”, dice uno de ellos, al contar la hazaña de Alejandro Montaño, de 29 años, quien se hubiera convertido en el primer mártir de las marchas contra Peña Nieto de no haber sido por los bomberos de la Ciudad de México que lo convencieron de no suicidarse.
Así transcurren cuatro horas de marcha, la primera de cinco en la que algunos integrantes del movimiento #YoSoy132 han comenzado a digerir, con enojo, una posibilidad: su villano favorito, Enrique Peña Nieto, podría ser el 64 presidente de México.
Y ante esa probabilidad, dicen, habrá resistencia. Desconocerán su triunfo, no lo reconocerán como presidente, le harán marcaje personal a su gobierno y gabinete y tendrá que cargar con el lastre de ese coro de “¡Fraude, fraude, fraude!” que se le entona a los villanos de la historia nacional.
“¡Enrique, cobarde, arregla este fraude!”, gritan los jóvenes llegar a la plancha del Zócalo. Hablan de engaño, decepción, desesperanza, tristeza, enojo, imposición; tienen la mirada fija, la boca apretada y los puños cerrados... hasta que alguien ondea una bandera blanca y grita con toda la fuerza de su garganta: “¡México está herido, pero no de muerte!”. Y el Zócalo aplaude.
Por un momento, el movimiento sonríe, pero luego regresan los rostros sombríos como nubarrones grises que dejan caer su clac, clac, sobre los manifestantes, que tratan de ahogar su enojo con consignas bajo el chispoteo.

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