El 16 de septiembre, con la celebración de la Convención Nacional Democrática, se cerró una etapa del movimiento poselectoral surgido el 2 de Julio. En esta etapa, aunque no pudo revertirse la decisión de imponer a Calderón como Presidente Electo de México por parte del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, otras metas se habían alcanzado.
La primera es el
propio movimiento. Desatar una movilización ciudadana amplia y combativa contra
el fraude electoral permitió que se escuchara otra verdad sobre los resultados electorales.
Además, se pudo conducir la protesta por medios pacíficos.
Con todo lo que
el plantón de Reforma y el Centro Histórico tuvo de saldos negativos en una parte
de la ciudadanía, las acciones poselectorales se desarrollaron sin violencia y
la maniobras de repliegue se pudieron hacer en forma ordenada y sin divisiones
internas.
Una movilización
que desatara enfrentamientos constantes con la policía, como, por ejemplo, la
que estamos viendo hoy en Hungría, se hubiera revertido contra la izquierda y
el propio movimiento sin lograr nada más de lo que finalmente se obtuvo.
Además, las acciones
después del 2 de Julio permitieron abrir cauces a la participación de otros
ciudadanos y otras organizaciones, más allá de los partidos políticos de la
coalición. Así, la izquierda recuperó liderazgo. Este es, por cierto, uno de
los éxitos más importantes que debe cuidarse y fortalecerse.
La cancelación
del discurso presidencial el 1 de septiembre y del grito del presidente Fox el
15 en el Zócalo, se vieron como victorias simbólicas, pero al fin, victorias
del movimiento.
Otro logro fue
la unidad. El Frente Amplio Progresista representa un avance, pues permite
mantener coordinados a los partidos de la coalición. Una ruptura hubiera
significado automáticamente un debilitamiento del movimiento y un
fortalecimiento de la derecha. Además la creación del frente abre el camino
para una acción legislativa y electoral que, ante la alianza PRI-PAN, resulta
aún más necesaria y valiosa.
Un resultado
más, el tercero, tiene que ver con la evolución del movimiento hacia la
definición de un programa más avanzado que el de la campaña electoral. Esta radicalización,
si se quiere ver así, es benéfica pues permitió superar algunas ambigüedades del
discurso previo al 2 de Julio. Además, y esto es lo más importante, ayudó a
levantar un proyecto político muy importante basado en la creación de una nueva
república.
Esta nueva
república, supone un nuevo pacto social, un nuevo modelo económico, una
democracia más amplia y participativa, un nuevo sistema político, la creación
de nuevas instituciones; todo ello enmarcado en una nueva constitucionalidad.
Es cierto que este diseño teórico no es tan claro como debiera, pero sus bases
están puestas para seguir construyéndolo.
Finalmente, el
movimiento sale con el liderazgo de AMLO, preservado en lo fundamental. A pesar
de que la designación de un presidente legítimo por parte de la Convención se
ha convertido en la argumentación central para atacar al movimiento y tachar a
la izquierda de irresponsable; de que ese nombramiento ha sido objeto de
burlas, adjetivos hirientes y argumentos altisonantes y, también, a pesar de
que éste es el asunto más polémico de todo el balance, puede decirse que el
daño ha sido relativamente menor. AMLO se ha mantenido como el dirigente más
importante del movimiento, capaz de convocar a nuevas jornadas de lucha y
movilización. Además, su investidura, permitirá mantener la presión para
realizar los cambios que requiere el país y para detener o al menos atemperar
el triunfalismo de la derecha.
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