Bien
que se hayan retomado las propuestas de campaña de quien esto escribe sobre
nuevas instituciones y reorientación de políticas de ciudades y vivienda. Se
trata de decisiones de gran calado para el futuro del país. Por lo mismo, su
aplicación requiere de instrumentos funcionales y de gran pericia y fortaleza
técnica, política e institucional. No sólo están en juego el escenario
territorial y urbano para el desarrollo de México, la calidad de vida de la
población y la competitividad de la economía, sino la cohesión social y la
seguridad. También la supervivencia de un sector (vivienda) que representa
directa e indirectamente alrededor de 6% del PIB y millones de puestos de
trabajo.
Inversionistas
y mercados financieros han mostrado un escepticismo implacable ante contenidos,
medios y formatos de los cambios anunciados. El Índice Habita, que rastrea el
valor accionario de las empresas de vivienda participantes en la BMV (ARA, GEO,
URBI, Homex, SARE) se desplomó en un sólo día 5.6%, en una caída que en siete
jornadas consecutivas acumula una pérdida de 16 por ciento. Algunos opinan que
es una sobrerreacción, pero el despeñadero viene de muy atrás, cuando los
mercados se percataron de que el modelo de construcción masiva y genérica de
vivienda infinitesimal fuera de las ciudades estaba condenado al fracaso. Hoy,
los mercados desconfían de la capacidad de adaptación de las empresas a las
nuevas políticas y anticipan mayor incertidumbre y complejidad en el ciclo de
producción de vivienda, riesgos y burocracia.
No
todas las empresas se podrán adaptar; no todas van a sobrevivir. Habrá una
selección casi darwiniana de las más aptas, de las menos lastradas con reservas
de tierra barata ejidal exo-urbana cuyo valor se ha evaporado (más si en
realidad se aplican las decisiones anunciadas), aunque se les haya dado un
plazo de gracia de dos años. (Por cierto, ¿en este plazo se seguirán
construyendo palomares dispersos por cerros y potreros, que nadie quiere?). Las
empresas tendrán que mostrar audaces mutaciones para sobrevivir y tener éxito
en el nuevo ambiente de política; tendrán que acceder a tierras urbanas y a un
nuevo modelo de negocios, dejar de ser mono-específicas y convertirse en
versátiles desarrolladoras inmobiliarias.
El
gobierno deberá hacer creíbles sus declaraciones, para evitar que el nuevo
régimen se empantane en la confusión y la retórica. Requerirá definir con
claridad los objetivos de política: ¿qué tipo de ciudades queremos? Después,
delinear y aplicar los instrumentos de vivienda para lograrlos, así como sus
alcances y reglas de operación. Será imprescindible esclarecer la nueva
arquitectura institucional entre la Sedatu y los organismos nacionales y
estatales de vivienda, así como jerarquías, procedimientos técnicos y
administrativos, y protocolos de decisión. Vital será desarrollar en el corto
plazo un banco de tierra urbana mediante compras o expropiaciones (para lo cual
pueden usarse los cuantiosos recursos excedentes que genera el Infonavit) y
hacer swaps con ciertas reservas territoriales de las empresas afectadas; de lo
contrario, será casi ineluctable la extinción de varias. En lo inmediato, como
condición de credibilidad, deberán generarse proyectos intra-urbanos de
vivienda y servicios para darles oxígeno a las empresas durante su proceso
adaptativo. Todo esto presupone poderosas capacidades técnicas y directivas en
los mandos y personal de la Sedatu. ¿Dónde están los urbanistas, arquitectos y
especialistas en finanzas y proyectos inmobiliarios? Desde luego, no en
Antorcha Campesina.
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