Barragán vs Sandokín... Un peleyón de miedo
Por: Fernando Villa Escárciga
Guaymas, Sonora.- La arena estaba hasta el gorro, aquella
noche la expectativa convocó a miles. Y cómo no, la cartelera anunciaba una
pelea inédita sobre un ring en Sonora.
Se anunciaba el pleito de un boxeador contra un karateca:
Carlos Barragán contra Sandokín, que iban a 15 rounds o antes si alguno
sucumbía por los golpes del otro.
Barragán sudaba copiosamente en su camerino mientras jabeaba
en el vacío, temeroso, desconcertado ante el enigma de un contendiente con
armas más rápidas y letales que sus puños.
Otras pléyades del boxeo sonorense como Jorge
“Cocas”Ramírez, Ramón “Yori Boy” Campas, “El Navajo” Borboa oMarcos Geraldo
jamás llegaron a enfrentar un rival tan difícil, tan enigmático.
Era la calurosa noche del 10 de junio de 1976 en Guaymas.
Mucho pueblo se dio a la cita; hombres de todas raleas, respetables damas y un
chamaquero le entraban al relajo.
Comerciantes, empleados, gente honesta y trabajadora
convivía con otras no tanto, como políticos y policías y hasta bohemios de
“columpio” que eran muchos.
Había una mezcla de voces, risas y mentadas, de perfumes y
sudores entre nubes de tabaco en la Arena Coliseo, catedral del box y la lucha
libre en la calle Diez.
La pelea estaba por empezar. La gente se arremolinaba
mientras los cuicos pasaban báscula para detectar “pachitas”, las aplanadas
botellas de licor propias de los tiempos.
Los perfiles
Mucho se promovió aquel combate entre “El Negro” Barragán
ySandokín; en el puerto no se hablaba de otra cosa. Importaba un bledo la gira
del candidato José López Portillo.
Era la primera –y quizá la única- pelea del tipo en Sonora y
tal vez en el mundo, pues la de Muhammad Alí y Antonio Inoki, en Japón, se
celebró quince días después.
Carlos Barragán Vázquez era un ídolo para los porteños
amantes del boxeo; tenía en su haber varios triunfos importantes y se reconocía
su bravura a toda prueba. Era zurdo.
Quizá por eso aceptó la pelea con Dagoberto Sandoval
Quintero, uno de los primeros maestros de artes marciales en la ciudad. Se
hacía llamar Sandokín, en contracción de sus apellidos.
“El Negro” vivía en la calle 26 y avenida 18, estudió hasta
tercero de secundaria y también la hacía de carpintero. De origen proletario,
fue una especie de “Pepe El Toro” guaymense en versión mulata.
De Sandoval poco se
sabía. Dicen que nació en Guaymas por rumbos del “barrio bravo” de la
Burócrata. Multifacético, ya destacaba como guía del deporte de las katas y las
patadas.
Muy respetuoso era Dagoberto, bien vestido y mejor peinado;
dirigía una academia de Kung fú y tempraneaba para entrenar a sus pupilos en la
Unidad Deportiva Municipal.
Hay quienes cuentan que en los setentas la escuela de
Sandokín era tan famosa como la de Hugo Figueroa y sus famosos“Ostioneritos”
del béisbol.
Carlos Barragán venía precedido de un buen cartel, acababa
de regresar de Sudáfrica luego de cruentos combates contra Kokki Olivier y
Casey Van Rogers.
También había peleado en Las Vegas, California, Chicago,
Oregon, Filadelfia y otros lugares de Estados Unidos, lo mismo que en
importantes plazas nacionales como Guadalajara y Tijuana.
Todo empezó entre broma y broma, alguien los empezó a
“picar” y no faltaron avezados
promotores como Luis Villegas Maytorenay José G. Rodríguez que, faltaba más,
organizaron la función.
Corrieron ríos de tinta en los periódicos y palabras en las
radios. No se hablaba de otra cosa en la calle: Que si ganaría el boxeador o el
karateca, que si sería una farsa o la cosa iba en serio.
Las deportivas de La Voz del Puerto“calentaban” el ambiente
y las excelentes crónicas de José GuadalupeBarrera (“El Lupe”firmaba con
seudónimo de“Barrabás”) daban cuenta de las bravatas de uno y otro.
Decía Sandokín: “Con la zalea de Barragán me haré una bolsa
de piel de chango, me divertiré un rato con él hasta dejarlo tirado en la
lona”.
Respondía Barragán: “Voy a demostrar que el boxeo supera los
grititos de este cuate que dizque será mi enemigo”.
No, el asunto no era una farsa. El pleito era de a buenas,
tanto que ambos tenían sus reservas y sus miradas acusaban miedo. Sí, miedo y
respeto mutuo.
Expectantes
Hasta que llegó la noche del sábado 10 de junio. Ya en los
camerinos de La Coliseo, Barragán seguía en clinch con su conciencia mientras
le vendaban los puños.
En ésas estaba cuando entró Dagoberto. El pugilista
enmudeció entre el espanto y la confusión por tan inesperada visita.
--Vengo a desearte suerte, la vas a necesitar. Déjate caer
Carlitos, hazlo por tu familia. No quiero dejarte inválido para el resto de tu
vida—le dijo.
--Esto va derecho, cabrón, arriba del ring nos
vemos—respondió el moreno de crespo cabello y labios prominentes.
Afuera las gradas estaban a reventar, la expectación
discurría entre el humo del cigarro, el tufo a sudor y el vaho cervecero de la
raza siempre sedienta.
Ahí estaban miles, casi todo el pueblo. Entre ellos el
apreciado don Angel Cedillo, propietario de la “Birriería Guadalajara” y
fanático de Las Chivas.
Del Mercado Municipal, los respetables Antonio “Chapo”
Flores, “El Bocho” Moreno,Enrique “El Pelón” Sánchez y otros guaymenses de fama
como Florencio Zaragoza Iberri.
No podía faltar gente de los medios como David Medina, Diego
Matus,Germán Carlos Hurtado, Luis Barrera Jr., Guillermo Urías, Sergio “El
Checo” Valle y el propio Lupe Barrera.
Pura raza brava.
También asistieron Neopolo “Neo” Navarro, Horacio del
Valle,Bernardo Haro y Francisco Torres, conocido como “El Bigotes Pancho”, fan
del boxeo e inseparable de Benny Kid Barra, otro famoso pugilista del puerto.
Igual estaban impacientes Leonardo “El Cenizo” Dévora,
René“El Pistón” Martínez, los cooperativistas pesqueros Reynaldo Saldaña y
Francisco Amador y el líder sindical de los electricistas Víctor Pérez
Ascolani.
Entre los cuicos destacaban Silverio Verdugo, Octavio Ordaz
Rivero, Francisco Jiménez de la Cruz y Gabriel Chávez Moraila, personaje de
amargos recuerdos para muchos jóvenes de entonces.
Era un gentío tremendo. Había cines como el Diana y el
Guaymas 70. Pero no querían ver los filmes de Rocky o Jack La Motta. No, todos
esperaban a Barragán y Sandokín.
“Ponte abusado…”
Entre el griterío que se deslizó por la puerta, un empleado
se asomó a los camerinos para decir a los peleadores que ya era hora de subir
al ring.
Mientras se enfilaba al cuadrilátero, Jaime Campos Uriarte
se acerca a “El Negro” para desearle suerte: “Ponte abusado, cabrón...”. Éste
le devolvió una mueca que quiso ser sonrisa. Era de nervios.
Carlos Barragán subió arropado con bata blanca, short rojo y
guantes negros de seis libras. De apenas 24 años, era un ídolo para los
fanáticos y la algarabía no se hizo esperar.
De pronto todo enmudeció, el respetable quedó cautivado ante
la elegancia y porte de Sandokín que se abría paso envuelto en bata negra de
satín, adornada con brillantes lentejuelas.
Un enorme dragón chino de rojo y fuego estampado en su
bata, sobre la espalda, le daba un aire
entre místico y poderoso. Aunque esbelto, el karateca se veía ágil y fuerte.
El silencio se convirtió en un “aaah...” de admiración al
verle saltar desde abajo del ring, sorteando fácilmente las cuatro cuerdas para
caer en perfecta vertical sobre la lona.
Surge el éxtasis cuando desenfunda una brillante espada que
maneja con destreza. Arte y piruetas con el filo del metal cortando el viento
de la noche. Sandokín se apropió del escenario.
--Ah jijo, yo creí que era puro pájaro nalgón. Este va a
matar al Barragán—expresó Víctor Parra Maldonado, cuyas frases rebosantes de
ambarinas apenas entendía su compadre César“El Diablo” Aguilar.
Y es que varios desde temprano habían hecho “rounds de
calentamiento” en la“Pisa y Corre”,
cantina de Juan Bernal.Ávidos de emociones, mitigaban la ansiedad
refrescando sus gargantas.
Abajo del entarimado los jueces Horacio Orduño y Alberto
Condés de la Torre ya estaban listos. Alguien a quien amistosamente llamaban
“El Chato” fungía de campanero.
Dicen que el anunciador fue Armando García Aburto. Cuando
nombraron a los gladiadores hubo porras para los dos. Las apuestas estaban
divididas.
Dagoberto llegó escoltado por sus alumnos, chamacos que
atrajeron la simpatía de buena parte del público. La esperada batalla estaba
por empezar.
Sangre en el ring
--Suerte, mi amigo—dijo el karateca cuando el saludo en el
centro del ring; uno pelearía a mano limpia y descalzo; el otro con guantes y
zapatillas normadas por su deporte.
Las instrucciones del referee fueron simples: Que cada quien
se atuviera a las armas de su disciplina y nada de golpes bajos ni
marrullerías. Iban a quince vueltas.
Y suena la campana anunciando el primer round. Un alarido
surgió de las gradas…
Un puntapié en las pantorrillas casi dobla las corvas de
Barragán, luego otro y otro. Aquello era inverosímil para quien estaba
acostumbrado a lidiar con los puños. Ya le dolían las piernas.
“El Negro” lanzaba jabs y volados que se perdían en el
vació. Aunque el primer asalto era de estudio, Sandokín sllevaba ventaja.
Casi al concluir el primer asalto, un patadón marca diablo
pasó rozando la oreja izquierda del mestizo; de haberle pegado le saca la
cabeza con todo y alambres.
--Ay güey, en que broncón te metiste compadre—le dijo su
asistente David Arellano López, también boxeador, durante el breve minuto de
descanso.
Tañe la campana para el segundo round y la mirada glacial
deSandokín no intimidó al pugilista. Ya habían superado el temor, ahora
pensaban en la victoria.
Barragán no quería perder, acababa de ser vencido en la
disputa por el Campeonato Nacional Gallo, en Guadalajara, y quería quedar bien
ante la afición.
“¡Madréalo Barragán, madréalo!”, gritaban Miguel León, “El
Cara deManta”, “El Tin” Soberanes y José Luis Valenzuela, alias “El
ChinoCorrebolas”.
En fragoroso cierre Sandokín conecta con el antebrazo sobre
la nariz del pugilista. La sangre tiñó de drama el cuadrilátero ante el azoro
del respetable.
Hábil, veloz, Sandoval se escurría como culebra en el agua
evadiendo los obuses del boxeador durante los primeros cuatro o cinco minutos
de combate.
Un leve descuido, un instante de oportunidad y Barragán
asestó un poderoso gancho en el tórax de Sandokín; golpe que sonó bofo, golpe
que le sacó el aire.
--¡Ay, amacita!—recuerda Barragán que alcanzó a exclamar el
karateka al sentir el impacto. Y siguió un fulminante recto a la mandíbula.
Sandokín cayó de bruces, noqueado, fuera de este mundo
desparramó su humanidad sobre la lona y los chamacos, sus pupilos, subieron de
inmediato al ring presas del llanto.
Gritos, chillidos, mentadas y aplausos integraban una
sinfonía en el jubiloso desenfreno de la noche… Carlos Barragán salió en
hombros de la Arena Coliseo.
En un acto de humildad, al día siguiente el karateka acudió a la radio con José Luis
Robinson Coppel para reconocer su derrota en buena lid.
Aquella fue una de las mejores bolsas cobradas para el
boxeador que disputó 78 peleas con 54 victorias, 23 derrotas y un empate. Llegó
a ranquearse doceavo mundial.
La vida siguió su curso: Barragán sobre los cuadriláteros y
Sandokín explorando otros rumbos: La hizo de estilista, jugador de béisbol
amateur y dicen que ahora de vidente en Hermosillo.
Muchas peleas hubo en la Coliseo pero ninguna como aquella,
por lo concurrida, por la bravura prodigada, por lo disímbolo de los actores,
porque parece que fue ayer.