lunes, 16 de julio de 2012

Guaymas, un 13 de Julio

Fragmento
Tomado de la Revista Descubre Sonora

Sangre y fuego por la patria

Franceses: Los urbanos de Guaymas son maniquíes de papel que veréis derrotados al primer disparo. Gaston Raousset de Boulbon.

El disparo de la fusilería provocó un estruendo multiplicado por el eco de tanto cerro. Los guaymenses, más que de miedo, se alebrestaron a la rabiosa defensa de lo suyo.

El ataque de los franceses escupía la muerte sin cesar, inmisericordes en su ambición por agenciarse esta tierra harto apetecida.

El calor del 13 de julio de 1854 parecía incendiarse de tanto fuego de cañón y fusiles; de tanto grito, maldiciones y valentía por doquier.

A pocos minutos de las dos de la tarde inició el fiero combate.

No había lugar para la indecisión: era vencer o morir en la encomienda dictada por la patria, por las mujeres, por los hijos y los hijos de quienes vendrían después.

Los urbanos y militares formaban un sólido ejército bajo el férreo mando de José María Yáñez, el general que inmortalizaría su nombre con la defensa de la plaza.

A ellos se sumó un valeroso batallón de guerreros de la tribu yaqui, cuya participación contribuiría a determinar el curso de la batalla.

Al frente de los bien armados mercenarios el conde Gaston Raousset de Boulbon pretendía apoderarse del puerto e iniciar el desgarramiento de la nación.

“Títulos en regla nos aseguran a mí y a mis compañeros la mitad de todos los terrenos, minas, placeres, donde yo plante mi bandera”, había dicho.

Y sus planes estaban en marcha
Los patriotas mexicanos se pertrechaban de valor, bien prestos a derramar hasta la última gota de sangre para resistir la agresión.

Aunque había incursionado otras ocasiones al puerto, el aventurero galo desconocía el valor con que estaban forjados los hombres y mujeres de esta tierra.

En aquella época, de acuerdo a algunos historiadores, Guaymas contaba apenas con 2 mil habitantes entre hombres, mujeres, niños y ancianos.

Los atacantes eran casi 420 en gran parte franceses, aunque había de otras nacionalidades. Todos bien entrenados y mejor provistos de armas.

Llegaron juntos desde San Francisco California, gracias a la torpeza del cónsul mexicano Luis del valle.

Conociendo el gobierno de Antonio López de Santa Anna que el conde reclutaba gente para una expedición a Sonora, se giraron instrucciones para desarticularlos.

Se planteaba su contrato para enlistarlos al Ejército Mexicano y remitirlos a Guaymas, Mazatlan y San Blas en partidas no mayores de cincuenta hombres.

Sin embargo, el cónsul del Valle embarcó a los cuatrocientos con destino a este puerto, a donde arribaron el 24 de abril a bordo de la fragata Challenge.

A Yañez le fue imposible cumplir la orden de reembarcar a los franceses, pues no tenía dinero ni modos de convencer a un grupo tan numeroso y en su mayoría rebelde.

Durante varias semanas les dispuso un establecimiento, a la altura donde hoy se encuentran la calle 25 y avenida 16.

Pero los mercenarios seguían simpatizando con Raousset, que esperaba la oportunidad para reunírseles y cumplir su gran sueño de conquistar Sonora o morir en el intento.

Paradojas del destino nacional: el conde había ya demostrado su rapacidad cuando el 14 de marzo de 1852 tomó Hermosillo derrotando al general Miguel Blanco.

Luego de que Blanco recuperó la plaza, se firmó un convenio mediante el cual Raousset y sus hombres fueron liberados.

“No, no he renunciado… ¡Volver a Sonora es el único pensamiento de mi vida!”, expresó días después.

Las ambiciones del francés empezaron a vislumbrase y el 25 de mayo de 1954 salió de San Francisco en la goleta Belle con 180 rifles y municiones para reforzar a sus hombres acantonados en el puerto sonorense.

Aquella nave que en sus entrañas llevaba la muerte, pólvora y filosos aceros para arrancar el corazón y la voluntad a los guaymenses, atracó en la bahía durante la noche del 1 de julio.

Raousset se entrevistó con el general Yáñez con al ánimo de engañarlo y ganar tiempo para sus aviesos planes; mientras, había repartido en secreto las armas entre los franceses acuartelados.

Las pláticas conciliatorias del general mexicano fracasaron y la situación se volvió tirante, insostenible. Un clima de guerra sustituyó a la apacible brisa del mar.

Los invasores estaban determinados a conseguir la victoria e iniciar el desgajamiento de Sonora.

Pero más dispuestas seguían las tropas nacionales y los urbanos, echándose valor unos a otros para soportar la acometida y salir airosos de aquel reto que les imponía su histórico destino.

Sangre derramada
El general José María Yáñez había dispuesto todo para la defensa: concentró a las tropas disponibles y convocó a los urbanos a repeler la inminente agresión.

Sabían todos que estaba en juego el destino de Guaymas, la integridad de Sonora y la fortaleza de la nación.

Para entonces, el conde Raousset ya había arengado al batallón de mercenarios galos con las siguientes palabras: “Los miserables contra quienes vais a pelear son los mismos que ya conocéis. Podéis considerar como segura la victoria que os pondrá pronto en posesión de Guaymas; sus riquezas y hermosuras serán vuestras para gozarlas hasta el límite”.

La lucha era encarnizada, sangrienta
Las horas parecían minutos, el fuego intermitente y el arrojo de los nacionales les permitió tomar la ofensiva. El conde que participaba con la primera compañía empezó a recular.

Después de huir en desbanda hacia el lomerío contiguo al cuartel, Raousset y lo que quedaba de los suyos huyeron hacia el Consulado de Francia, jefaturado por José Calvo.

La cuarta compañía de los agresores no corría mejor suerte. Un ataque de los valientes guerreros yaquis dispersó a ese cuerpo de batalla, algunos de sus miembros se refugiaron en el hotel Sonora (hoy Serdán y calle 21).

Cuando el edificio fue recuperado a fuego de artillería y fusiles, la batalla del 13 de Julio prácticamente había terminado. Eran alrededor de las seis de la tarde.

Todavía no sonaba el último disparo cuando Belle partió en dos la bahía zarpando hacia alta mar con casi sesenta pavoridos franceses a bordo.

El vicecónsul Calvo, gentil diplomático ajeno a la reyerta traicionera, había izado la bandera blanca pidiendo clemencia para sus compatriotas.

Las calles de Guaymas, sobre todo entre el sector que hoy comprende de las calles 19 a la 25, estaban cubiertas de cadáveres franceses y mexicanos, rodeados de más de cien heridos envueltos en ayes de dolor.

La sangre generosa de los heridos combatientes nacionales no se derramó en vano: con su sacrificio habían derrotado la infame agresión.

En total resultaron muertos 15 mexicanos y 55 más fueron heridos, entre ellos el subteniente de los urbanos Wenceslao Iberri.

Por su parte, 63 frannceses pagaron con su vida el haber acatado los envilecidos arrebatos de Raousset; a los que se sumaron 65 heridos; 74 prisioneros y 159 rendidos a discreción.

El general José María Yáñez, oriundo de la capital del país y bragado en otras contiendas por la defensa de la patria, fue reconocido por la notable batalla del 13 de Julio.

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