Tomado de la
Revista Descubre Sonora
Sangre y fuego por la patria
Franceses:
Los urbanos de Guaymas son maniquíes de papel que veréis derrotados al primer
disparo. Gaston Raousset de Boulbon.
El disparo de
la fusilería provocó un estruendo multiplicado por el eco de tanto cerro. Los
guaymenses, más que de miedo, se alebrestaron a la rabiosa defensa de lo suyo.
El ataque de
los franceses escupía la muerte sin cesar, inmisericordes en su ambición por
agenciarse esta tierra harto apetecida.
El calor del
13 de julio de 1854 parecía incendiarse de tanto fuego de cañón y fusiles; de
tanto grito, maldiciones y valentía por doquier.
A pocos
minutos de las dos de la tarde inició el fiero combate.
No había
lugar para la indecisión: era vencer o morir en la encomienda dictada por la
patria, por las mujeres, por los hijos y los hijos de quienes vendrían después.
Los urbanos y
militares formaban un sólido ejército bajo el férreo mando de José María Yáñez,
el general que inmortalizaría su nombre con la defensa de la plaza.
A ellos se
sumó un valeroso batallón de guerreros de la tribu yaqui, cuya participación
contribuiría a determinar el curso de la batalla.
Al frente de
los bien armados mercenarios el conde Gaston Raousset de Boulbon pretendía
apoderarse del puerto e iniciar el desgarramiento de la nación.
“Títulos en
regla nos aseguran a mí y a mis compañeros la mitad de todos los terrenos,
minas, placeres, donde yo plante mi bandera”, había dicho.
Y sus planes
estaban en marcha
Los patriotas
mexicanos se pertrechaban de valor, bien prestos a derramar hasta la última
gota de sangre para resistir la agresión.
Aunque había
incursionado otras ocasiones al puerto, el aventurero galo desconocía el valor
con que estaban forjados los hombres y mujeres de esta tierra.
En aquella
época, de acuerdo a algunos historiadores, Guaymas contaba apenas con 2 mil
habitantes entre hombres, mujeres, niños y ancianos.
Los atacantes
eran casi 420 en gran parte franceses, aunque había de otras nacionalidades.
Todos bien entrenados y mejor provistos de armas.
Llegaron
juntos desde San Francisco California, gracias a la torpeza del cónsul mexicano
Luis del valle.
Conociendo el
gobierno de Antonio López de Santa Anna que el conde reclutaba gente para una
expedición a Sonora, se giraron instrucciones para desarticularlos.
Se planteaba
su contrato para enlistarlos al Ejército Mexicano y remitirlos a Guaymas,
Mazatlan y San Blas en partidas no mayores de cincuenta hombres.
Sin embargo,
el cónsul del Valle embarcó a los cuatrocientos con destino a este puerto, a
donde arribaron el 24 de abril a bordo de la fragata Challenge.
A Yañez le
fue imposible cumplir la orden de reembarcar a los franceses, pues no tenía
dinero ni modos de convencer a un grupo tan numeroso y en su mayoría rebelde.
Durante
varias semanas les dispuso un establecimiento, a la altura donde hoy se
encuentran la calle 25 y avenida 16.
Pero los
mercenarios seguían simpatizando con Raousset, que esperaba la oportunidad para
reunírseles y cumplir su gran sueño de conquistar Sonora o morir en el intento.
Paradojas del
destino nacional: el conde había ya demostrado su rapacidad cuando el 14 de
marzo de 1852 tomó Hermosillo derrotando al general Miguel Blanco.
Luego de que
Blanco recuperó la plaza, se firmó un convenio mediante el cual Raousset y sus
hombres fueron liberados.
“No, no he
renunciado… ¡Volver a Sonora es el único pensamiento de mi vida!”, expresó días
después.
Las
ambiciones del francés empezaron a vislumbrase y el 25 de mayo de 1954 salió de
San Francisco en la goleta Belle con 180 rifles y municiones para reforzar a
sus hombres acantonados en el puerto sonorense.
Aquella nave
que en sus entrañas llevaba la muerte, pólvora y filosos aceros para arrancar
el corazón y la voluntad a los guaymenses, atracó en la bahía durante la noche
del 1 de julio.
Raousset se
entrevistó con el general Yáñez con al ánimo de engañarlo y ganar tiempo para
sus aviesos planes; mientras, había repartido en secreto las armas entre los
franceses acuartelados.
Las pláticas
conciliatorias del general mexicano fracasaron y la situación se volvió
tirante, insostenible. Un clima de guerra sustituyó a la apacible brisa del
mar.
Los invasores
estaban determinados a conseguir la victoria e iniciar el desgajamiento de
Sonora.
Pero más
dispuestas seguían las tropas nacionales y los urbanos, echándose valor unos a
otros para soportar la acometida y salir airosos de aquel reto que les imponía
su histórico destino.
Sangre
derramada
El general
José María Yáñez había dispuesto todo para la defensa: concentró a las tropas
disponibles y convocó a los urbanos a repeler la inminente agresión.
Sabían todos
que estaba en juego el destino de Guaymas, la integridad de Sonora y la
fortaleza de la nación.
Para
entonces, el conde Raousset ya había arengado al batallón de mercenarios galos
con las siguientes palabras: “Los miserables contra quienes vais a pelear son
los mismos que ya conocéis. Podéis considerar como segura la victoria que os
pondrá pronto en posesión de Guaymas; sus riquezas y hermosuras serán vuestras
para gozarlas hasta el límite”.
La lucha era
encarnizada, sangrienta
Las horas
parecían minutos, el fuego intermitente y el arrojo de los nacionales les
permitió tomar la ofensiva. El conde que participaba con la primera compañía
empezó a recular.
Después de
huir en desbanda hacia el lomerío contiguo al cuartel, Raousset y lo que
quedaba de los suyos huyeron hacia el Consulado de Francia, jefaturado por José
Calvo.
La cuarta
compañía de los agresores no corría mejor suerte. Un ataque de los valientes
guerreros yaquis dispersó a ese cuerpo de batalla, algunos de sus miembros se
refugiaron en el hotel Sonora (hoy Serdán y calle 21).
Cuando el
edificio fue recuperado a fuego de artillería y fusiles, la batalla del 13 de
Julio prácticamente había terminado. Eran alrededor de las seis de la tarde.
Todavía no
sonaba el último disparo cuando Belle partió en dos la bahía zarpando hacia
alta mar con casi sesenta pavoridos franceses a bordo.
El vicecónsul
Calvo, gentil diplomático ajeno a la reyerta traicionera, había izado la
bandera blanca pidiendo clemencia para sus compatriotas.
Las calles de
Guaymas, sobre todo entre el sector que hoy comprende de las calles 19 a la 25,
estaban cubiertas de cadáveres franceses y mexicanos, rodeados de más de cien
heridos envueltos en ayes de dolor.
La sangre
generosa de los heridos combatientes nacionales no se derramó en vano: con su
sacrificio habían derrotado la infame agresión.
En total
resultaron muertos 15 mexicanos y 55 más fueron heridos, entre ellos el
subteniente de los urbanos Wenceslao Iberri.
Por su parte,
63 frannceses pagaron con su vida el haber acatado los envilecidos arrebatos de
Raousset; a los que se sumaron 65 heridos; 74 prisioneros y 159 rendidos a
discreción.
El general
José María Yáñez, oriundo de la capital del país y bragado en otras contiendas
por la defensa de la patria, fue reconocido por la notable batalla del 13 de
Julio.
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